Preparativos – Experiencia – Crónica

La Petite Trotte à Léon (PTL) es, sin lugar a dudas, una de las pruebas de ultradistancia más difíciles y exigentes en el mundo del trail running. Se desarrolla en los Alpes, rodeando el majestuoso Mont Blanc, con un recorrido de 304 km y un desnivel positivo acumulado de 25,000 metros. La combinación de distancia, desnivel, navegación gps, condiciones meteorológicas extremas y la necesidad de llevar todo el material obligatorio durante la carrera hace que esta prueba sea única en su tipo. Si estás considerando participar en ella, esta guía completa PTL te proporcionará toda la información necesaria para afrontar la PTL con éxito. Aquí el vídeo de la organización de 2024.

La PTL 2024 no fue solo una carrera; fue un viaje a nuestros límites, una lección sobre la resistencia y sobre el poder de la voluntad. Cada paso, cada subida, y cada noche sin descanso nos enseñaron que, lo único que sostiene el propósito es lo que arde y está grabado en el corazón.

Este desafío, diseñado para quebrarnos, al final terminó construyéndonos. En medio del frío, la altura y el cansancio extremo, aprendimos que rendirse nunca es una opción si aún queda partida. Y que, aunque a veces parezca que el cuerpo cede, la mente —y lo que llevas en el alma— siempre pueden guiarte hasta la meta en cualquier faceta de la vida.

Al cruzar la línea en Chamonix, con 128 horas de lucha detrás, también descubrimos que los sueños no se conquistan solos. Son sueños que también pertenecen a quienes nos inspiran en silencio y llevamos siempre con nosotros. Para todas esas personas va dedicado esto.

Terminamos esta aventura como empezamos: con mirada de tigre. Porque al final, lo que hace grande a la experiencia no son los kilómetros, sino las historias, los aprendizajes y las personas que se cruzan en el camino.

Chamonix, hasta pronto. Las montañas nos verán volver.

Álvaro Soriano ( Finsher La Petite Trotte à Léon 2024)

Preguntas y respuestas rápidas.

Información General

  • «PTL Mont Blanc información oficial»: Entra al sitio oficial del UTMB: utmbmontblanc.com.
  • «Petite Trotte à Léon reglamento»: Está en la sección oficial del reglamento PTL en la web del UTMB.
  • «PTL UTMB requisitos 2024»: Equipo de 2-3 personas, experiencia alta en montaña, y GPS de mano obligatorio.
  • «Descripción PTL UTMB»: Carrera no cronometrada, 300 km y 25,000 m+, por etapas y orientación autónoma. La app si marca clasificación. Track
  • «Diferencias entre UTMB, TDS, PTL»: La PTL es en equipo y sin marcaje, con más autonomía.

Inscripción y Requisitos

  • «Cómo inscribirse en la PTL Mont Blanc»: Inscripción en equipo vía el portal UTMB. Realizar curso de seguridad e incluir póliza de seguro en la inscripción.
  • «Puntos ITRA necesarios PTL»: No requiere puntos ITRA, pero sí currículum de montaña extenso.
  • «Precio inscripción PTL UTMB 2024»: Consultar tarifa actual en la web oficial (1500 €/equipo).
  • «Equipamiento obligatorio PTL UTMB»: Lista detallada en el reglamento; incluye GPS de mano, kit de seguridad y ropa técnica.
  • «Equipo necesario para la PTL»: Material para montaña, GPS, y equipo de supervivencia.

Preparación y Entrenamiento

  • «Plan de entrenamiento PTL Mont Blanc»: Entrenamientos por etapas y simulación de largas distancias.
  • «Cómo preparar un ultra trail por etapas»: Prioriza resistencia, orientación y trabajo en equipo.
  • «Entrenamiento para la PTL UTMB»: Entrena la navegación GPS.
  • «Estrategia de equipo para la PTL»: Divide etapas y optimiza tiempos de descanso.

Logística

  • «Alojamientos cerca de Chamonix PTL»: Busca hoteles o campings con antelación. Muy caro y difícil encontrar sitio libre.
  • «Cómo llegar a Chamonix para el UTMB»: Tren, autobús o coche desde Ginebra o Lyon.
  • «Transporte y accesos PTL UTMB»: Buses gratuitos durante el UTMB; revisa horarios locales.
  • «Clima típico Mont Blanc en agosto»: Variables; puede haber calor, tormentas o frío extremo.

Material Técnico

  • «Mochilas para la PTL UTMB»: Mochilas de 20-30 L como Salomon XA 25 o Raidlight. 20 litros es bastante justo para deportistas no profesionales.
  • «Ropa para carreras por etapas en montaña»: Capas técnicas, cortavientos, y pantalones ligeros impermeables.
  • «GPS recomendado para ultra trail»: Coros Vertix y Garmin eTrex.
  • «Casco, arnés y disipador para la escalada».

Aspectos Específicos

  • «Track de la PTL Mont Blanc»: El track se envía 10 días antes del evento; exclusivo para inscritos.
  • «Desnivel acumulado PTL UTMB»: Aproximadamente 25,000 metros positivos.
  • «Duración promedio de la PTL»: 120-150 horas (5-7 días).
  • «Puntos de avituallamiento PTL UTMB»: Muy muy limitados; requiere autosuficiencia.
  • «Dificultades técnicas PTL Mont Blanc»: Travesías nocturnas, mal clima, vías ferratas, trepadas y orientación compleja.

Otros

  • «Reglas PTL equipo»: Siempre juntos; abandono de un miembro implica retirada del equipo.
  • «Mejores estrategias PTL por etapas»: Planifica descansos y analiza cada tramo previamente.
  • «Impacto físico y mental PTL UTMB»: Altísimo; prepara cuerpo y mente para condiciones extremas.

Ahora con más detalle y después la crónica.

1. ¿Qué es la PTL?

La PTL no es una simple carrera de ultradistancia; es una carrera de supervivencia en montaña. Su formato semiautosuficiente significa que los corredores deben ser capaces de gestionar sus propios recursos para mantenerse en la prueba durante varios días. A lo largo del recorrido solo hay un avituallamiento diario y dos bases de vida donde se pueden reponer suministros. Esta falta de apoyo constante obliga a los participantes a tener una gran capacidad de autogestión, y cada corredor debe llevar todo el material obligatorio durante toda la carrera. A lo largo del trayecto, los corredores se enfrentarán a vías ferratas, trepadas y otras dificultades técnicas, lo que convierte la prueba en un reto físico y psicológico extremadamente exigente. Puedes saber más aquí .

2. La Edición 2024 y las Novedades Importantes de esta guía completa PTL

Una de las principales novedades de la edición de la PTL 2024 fue la exigencia de llevar todo el material obligatorio durante toda la carrera, lo que incluía el casco y el arnés. Esta medida se introdujo debido a la complejidad técnica de los recorridos, ya que la prueba incorpora varios tramos de vías ferratas, las cuales, aunque no son verticales, requieren un alto nivel de habilidad y seguridad. Aunque en ediciones pasadas era común ver a corredores sin llevar todo el material obligatorio en ciertas secciones del recorrido, en esta edición la organización fue estricta en cuanto a la obligación de transportar casco y arnés en todo momento, lo que añadió un componente de carga extra durante la carrera.

La organización también envió el track del recorrido 15 días antes del inicio de la prueba. Esto nos permitió, durante la preparación, estudiar el recorrido minuciosamente desde casa y empezar a familiarizarnos con los puntos más técnicos, como las vías ferratas. Esta fase fue crucial, ya que la búsqueda de información en vídeos y mapas fue un ejercicio clave para tener una idea de lo que íbamos a enfrentar. A pesar de que revisamos videos en YouTube, nos dimos cuenta de que nada de lo que se veía en los vídeos se parecía a la realidad. La distancia, el cansancio acumulado y las condiciones cambiantes del terreno complicaron las cosas de manera significativa.

3. El Proceso de Inscripción y el Cuestionario

El primer paso para participar en la PTL es completar un cuestionario de inscripción, donde se pide a los participantes que proporcionen información sobre su experiencia técnica y capacidad física. Aunque este cuestionario pretende evaluar si los corredores tienen los conocimientos y habilidades necesarias para afrontar la prueba, en nuestro caso, nadie verificó la veracidad de nuestras respuestas. Esto plantea un riesgo serio, ya que si se sobreestima la experiencia o la capacidad, se podría enfrentar uno a situaciones peligrosas. Durante la prueba, notamos lo importante que es tener una preparación técnica sólida, ya que cualquier error de cálculo podría resultar en un riesgo serio para la seguridad.

4. La Barrera del Idioma: Una Dificultad Adicional

Uno de los retos previos que tuvimos que superar fue la barrera del idioma. Según el reglamento, los participantes deben ser capaces de comunicarse en inglés, francés o italiano, ya que estos son los idiomas oficiales de la organización. Aunque mi inglés era muy limitado para situaciones básicas, no dominaba ninguno de los otros idiomas requeridos. Esto generó algo de ansiedad, ya que no sabíamos qué tipo de prueba de nivel nos iban a realizar para evaluar nuestro dominio del idioma.

A posteriori, después de participar en la prueba, nos dimos cuenta de que el conocimiento de idiomas es crucial en una carrera de este tipo, ya que la comunicación con la organización durante situaciones de emergencia o para recibir instrucciones precisas es fundamental. En nuestra experiencia, la organización fue muy eficiente en cuanto a la comunicación, y aunque no hubo dificultades graves en términos de idioma, el poder comprender y comunicarse correctamente es vital en una carrera de este tipo.

5. Logística del Viaje: Preparando el Regreso

Una vez que tuvimos claro que íbamos a participar, el siguiente reto fue la logística del viaje. Tuvimos que planificar nuestro regreso a España justo después de la carrera, ya que teníamos que volver a trabajar al día siguiente. Decidimos optar por un viaje en avión, a pesar de que también barajamos la opción de ir en coche y que alguien viniera a recogernos para conducir nuestro vehículo de vuelta a España.

Optamos por un itinerario de tres vuelos:

  • Valencia – Zúrich (vuelo directo).
  • Zúrich – Ginebra (segundo vuelo).
  • Desde Ginebra – Chamonix tomamos un autobús de aproximadamente una hora y media.

En total, el viaje duró alrededor de 10 horas. Este largo viaje, aunque cansado, fue bien gestionado, lo que nos permitió llegar bien preparados a la salida de la carrera.

6. Preparación Física y Mental: Clave para el Éxito

Entrenamiento Específico

El entrenamiento fue una de las partes más importantes de nuestra preparación. Sabíamos que, además de tener experiencia en carreras de ultradistancia, necesitábamos ser capaces de gestionar la resistencia, la fuerza y la habilidad técnica. Así que, durante los dos meses previos, completamos sesiones de entrenamiento indoor en cinta con mochila y peso, para simular el terreno de montaña. Estos entrenamientos consistían en caminatas y carreras de entre 1 y 1.5 horas, tanto en terreno llano como en desnivel, para acostumbrarnos a las condiciones físicas que enfrentaríamos.

Además de entrenamientos indoor, realizamos entrenamientos en montaña una vez a la semana o cada dos semanas, en los que sumamos distancias y desniveles progresivamente. Entre las competiciones previas que realizamos estaban:

  • GR36 en Castellón (marzo)
  • CSP en Peñagolosa (abril)
  • Ehunmilak (julio)
  • Travesía Carros de Foc (agosto)

Curso de Escalada y Vías Ferratas

En este manual exhaustivo PTL también hablamos de las vías ferratas. La preparación técnica también fue fundamental, especialmente porque no teníamos experiencia en escalada. Decidimos practicar escalada indoor y realizar un curso exprés outdoor de vías ferratas. Aprendimos a usar arnés, casco y las técnicas básicas de escalada. Además, nos entrenamos para perder el miedo a las alturas y aumentar nuestra confianza al afrontar las trepadas y pasos técnicos de la prueba. Esta jornada fue crucial, ya que, sin duda, el entrenamiento práctico en escalada y vías ferratas marcó la diferencia cuando nos enfrentamos a estos tramos en la prueba.

Preparación Mental

Uno de los aspectos más importantes de la PTL es la fuerza mental. No hay ninguna guía completa PTL que hable sobre ello. Sabíamos que este tipo de pruebas, además de requerir resistencia física, también demandan una gran capacidad de resiliencia psicológica. Desde el principio, tanto mi compañero como yo teníamos claro que íbamos a terminar la prueba, sin importar las dificultades. En mi caso, sentía una motivación personal para completar la prueba, ya que en 2009 había participado en la UTMB 170, pero había llegado de noche a meta sin ver a nadie. Quería asegurarme de llegar a la meta de la PTL con animación y público. Establecimos que, si era necesario, pararíamos a dormir para llegar a la meta al día siguiente con luz diurna y rodeados de animación. Este acuerdo de equipo nos motivó aún más para seguir adelante.

7. La Carrera: Superando los Obstáculos

Finalmente, el lunes 26 de agosto de 2024, comenzamos la PTL. Sabíamos que el recorrido iba a ser brutal, pero nuestro objetivo era claro: terminar la carrera. Desde el principio, la prueba no defraudó nuestras expectativas. Nos enfrentamos a condiciones meteorológicas cambiantes sin precipitaciones , a tramos técnicos complicados y, sobre todo, a un recorrido muy exigente. Sin embargo, gracias a nuestra preparación física y mental, fuimos capaces de afrontar cada día con determinación.

Lo que realmente distingue a la PTL de otras carreras es que, más allá de la distancia, la verdadera esencia de la prueba radica en la navegación a través de los Alpes utilizando un mapa y GPS. Aunque en la mayoría de las pruebas no se hace tanta hincapié en la orientación, la PTL exige una gran capacidad de navegación en un entorno de alta montaña, donde el terreno es extremadamente variable y las condiciones meteorológicas pueden cambiar en minutos.

Aunque habíamos oído a otros participantes comentar que era fácil perderse o desorientarse debido a la complejidad del recorrido, confiaba plenamente en mi experiencia previa en otros retos en los que tuve que hacer uso intensivo de la navegación. Había enfrentado situaciones similares antes y, por tanto, no nos preocupaba la posibilidad de perdernos. Nos sentimos seguros de nuestra capacidad para orientarnos correctamente en todo momento.

A medida que avanzábamos, el cuerpo se iba adaptando y, como ya me había avisado mi compañero, a partir del cuarto día empezamos a sentirnos mucho mejor, disfrutando del recorrido. En el último día, logramos realizar una gran carrera, alcanzando la meta con el apoyo de la multitud, tal como habíamos planeado.

Reflexiones

La PTL es sin duda una de las pruebas más duras que existen, pero también una de las más gratificantes. A lo largo de la carrera, nos enfrentamos a muchos obstáculos, pero la preparación meticulosa, el trabajo en equipo y la resiliencia psicológica fueron las claves de nuestro éxito. Para todos aquellos que deseen participar, mi consejo es claro: prepárate físicamente, mentalmente y técnicamente, y no subestimes ningún aspecto de la carrera. La PTL es un desafío monumental, pero con la preparación adecuada, es posible cruzar la meta y vivir una experiencia inolvidable.

Crónica completa PTL 2024 – Etapa 1

La PTL (Petite Trotte à Léon) no es simplemente una carrera; es un desafío monumental, un viaje que trasciende lo físico y penetra en las profundidades de la mente. La organización del evento nos dio un marco con dos bases de vida, y a partir de eso trazamos nuestra estrategia. Decidimos dividir los 300 kilómetros y los más de 24,000 metros de desnivel positivo en tres etapas, cada una de aproximadamente 90 kilómetros y 8,000 metros de desnivel. El plan era dedicar unas 40 horas a cada etapa, siempre dependiendo de la tecnicidad del terreno.

Estrategia inicial: Planificación frente a la incertidumbre

Desde el principio sabíamos que la clave era el ritmo y la resistencia. La primera etapa, que nos llevaría desde Chamonix (Francia) hasta Orsières (Suiza), sería crucial. Estimamos dos días y una noche para cubrir sus 90 kilómetros con 9,000 metros de desnivel positivo, enfrentándonos a dos vías ferratas, dos cimas por encima de los 3,000 metros y la travesía de un glaciar.

Estamos a lunes 26 de agosto de 2024. Al sonar el pistoletazo de salida en Chamonix, las calles rebosaban de emoción. Los corredores estábamos eufóricos, y aunque el ambiente era vibrante, el ritmo inicial fue sorprendentemente rápido. Los primeros kilómetros eran relativamente sencillos, pero pronto llegó el Col du Brévent, en el kilómetro 7. Allí nos topamos con los primeros atascos, y aunque nos retrasamos, la vista al coronar compensó todo: el Mont Blanc emergió majestuoso entre la niebla, dejando a todos boquiabiertos. Algunos se detuvieron a tomar fotos; nosotros seguimos adelante, absorbidos por la belleza del entorno.

El desafío del Col du Brévent: La primera prueba

En la cima nos encontramos a figuras icónicas como Vincent Delebarre, el responsable máximo de seguridad del UTMB, y ganador en 2003. Fue un momento inspirador, pero mi mente estaba en otro lugar: mi rodilla. Una molestia previa amenazaba con convertirse en un problema mayor. Durante el descenso, cada paso era un recordatorio del esguince. Decidí avanzar despacio, confiando en que la rodilla se fortalecería con el tiempo y el esfuerzo. La lentitud del descenso nos hizo perder posiciones, pero nuestra estrategia era clara: acabar la carrera.

En el kilómetro 15 llegamos al Refuge de Moëde Anterne, donde hicimos una pausa técnica para avituallarnos con frutos secos. En este punto, compartimos experiencias con un trío de corredores españoles que conocían a Álvaro. La camaradería era palpable, aunque cada equipo tenía su propio ritmo y estrategia.

Mont Buet: La primera gran subida

El Mont Buet, en el kilómetro 24, marcó el inicio de una de las ascensiones más desafiantes. La senda era estrecha, bordeada de vegetación (parecía la mismísima selva), y pronto nos encontramos con la primera vía ferrata. La tecnicidad del terreno puso a prueba nuestra experiencia y paciencia. Durante la subida, el cansancio comenzó a hacer mella, y el sueño se convirtió en un enemigo silencioso debido a mis problemas con la altitud. A pesar de los momentos de debilidad, coronamos el Mont Buet con determinación, superando el primer gran obstáculo técnico.

Primer encuentro con la noche: Chalet Skiroc Vallorcine

Al caer la noche, alcanzamos el Chalet Skiroc Vallorcine, donde nos esperaba la familia de Álvaro. Aunque la normativa prohibía cualquier asistencia física, su apoyo moral fue invaluable. El avituallamiento, sin embargo, fue caótico: el refugio estaba abarrotado, y tuvimos que comer fuera ( nuestro primer ticket de los 4 que ofrece la organización). Allí empezamos a ver a corredores agotados, algunos ya durmiendo en cualquier rincón disponible. Decidimos continuar, conscientes de que nos enfrentábamos al tramo más duro de la etapa.

Al abandonar el refugio, las luces de los frontales de otros corredores crearon un efecto desconcertante, y el mareo se convirtió en mi nuevo enemigo con la entrada del martes 27 de agosto de 2024. A medida que avanzábamos hacia el Refuge Col de Balme, el frío era insoportable hasta el punto de abrigarnos con gran dificultad. La subida era técnica, obligándonos a usar las manos para trepar. La bajada, en cambio, fue una aventura en sí misma: sin sendero definido, cada paso requería concentración absoluta. Decidimos trazar nuestra propia ruta, lo que resultó ser un acierto, ya que otros corredores comenzaron a seguirnos.

Primer amanecer: Refuge Cabane du Trient

El amanecer nos sorprendió en el Chalet du Glacier, antes de un ascenso interminable hacia el Refuge Cabane du Trient, a 3,200 metros. Allí enfrentamos otra vía ferrata y cruzamos un glaciar, donde por primera vez usamos crampones. Este tramo marcó nuestra entrada a Suiza, y aunque estábamos agotados y sufriendo por la altitud, el logro de superar estos obstáculos técnicos nos llenó de orgullo.

Champex-Lac y la implacable Cima Catogne

Tras un largo y agotador descenso, finalmente alcanzamos Champex-Lac. Este lugar, que evocaba recuerdos de mi participación en el UTMB de 2009, se presentó esta vez bajo un sol abrasador que drenaba nuestras fuerzas. El cansancio era palpable, y el escaso avituallamiento apenas logró devolvernos algo de energía. Sabíamos que todavía nos aguardaban 14 kilómetros hasta Orsières, pero jamás imaginamos cuánto nos costaría recorrerlos.

La ascensión hacia la cima de Catogne no fue solo un desafío físico, sino también un enigma que nos exigió tanto perseverancia como ingenio. Durante más de una hora, luchamos por entender el sendero que se desdibujaba frente a nosotros. Nos vimos obligados a explorar una y otra vez ambos flancos de la arista, avanzando y retrocediendo entre rocas sueltas y pedregales imposibles, cuestionando a cada paso si aquel podía ser realmente el camino. La inclinación se volvía tan extrema que en muchos tramos fue necesario escalar, con las manos agarrándose a cualquier saliente que ofreciera un mínimo de seguridad.

El agotamiento no bastó para apagar la sensación de triunfo al alcanzar la cima. Allí, las vistas parecían hechas para recompensar el sacrificio: montañas que se extendían hacia el infinito, con el cielo como único testigo de nuestra tenacidad. Pero la lucha estaba lejos de terminar.

La bajada, aunque menos técnica, era un cruel recordatorio de que el esfuerzo no había acabado. Cada paso golpeaba las piernas ya extenuadas, y el aire fresco no lograba aliviar el peso del cansancio acumulado. Finalmente, llegamos a Orsières. Exhaustos, con el cuerpo al borde del colapso, pero con el alma ardiendo con la satisfacción de haber conquistado uno de los tramos más duros que jamás habíamos enfrentado.

La base de vida en Orsières: Un caos

Esperábamos descansar en la primera base de vida, pero el refugio estaba abarrotado y lleno de ruido. Intentamos dormir, pero apenas conseguimos descansar (Alvaro ni con antifaz y tapones pudo cerrar los ojos entre una veintena de colchonetas amontonadas por el suelo). Mi mente jugaba malas pasadas, y las alucinaciones comenzaron a aparecer al abrir los ojos. Decidimos seguir adelante, dejando atrás la comodidad ilusoria de la base.

Preparándonos para la segunda etapa

Con apenas 40 horas de carrera, partimos hacia la segunda etapa. Ajustamos nuestras mochilas, cargamos los dispositivos y renovamos nuestro ánimo. Suiza nos esperaba con nuevos desafíos, y aunque estábamos exhaustos, la emoción de continuar era más fuerte que cualquier dolor o fatiga. La aventura apenas comenzaba.

Crónica completa PTL 2024 – Etapa 2

El Despertar de la Segunda Etapa: Orsieres y la Confusión del GPS

Tras completar la primera etapa, nuestro recorrido en la PTL alcanzaba un punto crucial. Llevábamos 90 km recorridos y dos días de esfuerzo que habían dejado su marca en nuestros cuerpos y mentes. Ahora nos enfrentábamos a la segunda etapa, conocida por su dificultad técnica, ausencia de senderos marcados y un tramo nocturno que pondría a prueba nuestra resistencia y capacidad de navegación. La salida desde Orsieres fue el primer obstáculo que reveló lo que esta etapa tenía reservado.

A la salida, nos encontramos con un problema inesperado: nuestros dispositivos GPS, saturados por la cantidad de aparatos en el refugio, dejaron de funcionar correctamente. Era un momento crítico, ya que la etapa no ofrecía ningún tipo de señalización evidente. Intentamos reiniciar los dispositivos varias veces, pero la frustración aumentaba al ver que ninguno respondía. Por suerte, contábamos con un tercer GPS de mano que habíamos adquirido como recurso de emergencia, aunque este tampoco logró conectarse al instante. La incertidumbre comenzaba a calar en el equipo.

Finalmente, tras largos minutos de paciencia y prueba, logramos establecer la ruta correcta. Decidimos unir fuerzas con una pareja argentina que, aunque tenía una estrategia muy distinta a la nuestra —avanzaban rápido pero descansaban largo—, contaba con un GPS funcional aunque sin cartografía detallada. Con una mezcla de orientación propia y apoyo externo, encontramos el camino y nos dirigimos hacia una subida de 1500 metros que nos llevaría a un paso técnico y pedregoso, el primero de muchos retos de la jornada.

Noche Oscura y Navegación en lo Desconocido

El ascenso inicial resultó menos complicado de lo esperado, pero la fatiga acumulada empezó a hacer mella. Decidimos realizar nuestra primera parada técnica en mitad de la noche: 15 minutos de sueño ligero, protegidos por varias capas de ropa contra el frío inclemente y la ingesta de un gel con cafeína. Aunque breve, este descanso nos devolvió algo de energía para continuar nuestro avance en total oscuridad. La luna apenas iluminaba el paisaje, y nuestros pasos dependían casi exclusivamente de las indicaciones del GPS.

La noche era densa con la llegada del miércoles 28 y resultaba un desafío constante para la mente. El terreno se volvió cada vez más inclinado y rocoso, con vegetación cerrada que dificultaba el avance. La cima se alzaba ante nosotros como un gigante oscuro, apenas visible contra el cielo estrellado. Durante el ascenso, sufrimos un incidente que marcó el resto de la prueba: uno de mis bastones se rompió, un recordatorio de que los imprevistos son parte de esta aventura. Sin embargo, con determinación y adaptabilidad logramos continuar.

El amanecer anunciaba un día épico, pero el ascenso parecía no tener fin. Seguíamos subiendo, paso a paso, mientras la montaña nos desafiaba con cada metro ganado. Nuestros cuerpos, ya agotados por las jornadas anteriores, protestaban ante la inclinación del terreno, y nuestras mentes trataban de mantenerse firmes ante la incertidumbre. Alcanzamos lo que creímos un descanso, un pequeño rellano que nos ofrecía un respiro visual y físico. Pero no era el final. La cima aún nos esperaba, guardando en su seno el desafío más temido de nuestra travesía.

Ante nosotros se extendía una cresta que parecía dividir el cielo en dos. A ambos lados, una caída vertiginosa nos recordaba que un solo paso en falso podría tener consecuencias fatales. Allí, en esa delgada línea vertical, se hallaba el sendero que debíamos cruzar. La magnitud del reto nos dejó sin aliento. ¿Cómo podríamos atravesar algo tan peligroso sin equipo de seguridad adicional? La falta de una vía ferrata o líneas de vida complicaba aún más la situación y nuestras mentes intentaban procesar el peligro.

Nos detuvimos en seco, evaluando cada posible traza para continuar. La situación era crítica. Ningún mapa, ninguna previsión desde casa había advertido de esta zona tan exigente. Los minutos se sentían como horas mientras nuestros ojos estudiaban el terreno en busca de una ruta segura. En ese momento, como una figura providencial, apareció a lo lejos un responsable de seguridad de la organización. Su presencia, aunque reconfortante, vino acompañada de una barrera lingüística que complicó la comunicación. A pesar de ello, logramos entender sus indicaciones, que nos ofrecieron la orientación necesaria para continuar. Fue un momento de alivio, pero también de decisión y valentía.

Con cada movimiento calculado, avanzamos por la peligrosa cresta, sintiendo cómo cada paso podía ser el último. Al final, la cima se reveló ante nosotros, majestuosa e imponente. La sensación de haber superado el tramo más crítico llenó nuestros corazones de orgullo y nuestras mentes de una calma efímera. Allí, en la cima, hicimos una breve pausa. Serían las 10:00 de la mañana. A pesar de haber avanzado poco en términos de distancia, lo que habíamos logrado era monumental. El avituallamiento quehicimos en ese punto se sintió más que merecido; fue un acto de agradecimiento hacia nuestros cuerpos y mentes por no haberse rendido.

El Rescate Inesperado: Un Giro Dramático

La adrenalina aún fluía después de conquistar la cima, pero pocos pasos tras iniciar el descenso, un grito rompió el aire. Una voz desde la organización nos instó, de manera urgente, a agacharnos y refugiarnos detrás de las rocas. Las palabras, en un idioma que apenas entendíamos, se mezclaban con el viento y el eco del terreno, lo que aumentó nuestra confusión. Atónitos, miramos a nuestro alrededor buscando una explicación. Finalmente, tras gestos desesperados del responsable y los fragmentos de lenguaje que logramos descifrar, entendimos: debíamos escondernos, y rápido.

El motivo de la alarma no tardó en revelarse. Un helicóptero apareció en escena, su rotación ensordecedora llenando el aire, como un ave mecánica que rompía la quietud de la montaña. A tan solo tres o cuatro metros por debajo de nuestra posición, se estaba llevando a cabo un rescate de emergencia. Una pareja de italianos había sufrido un accidente grave y necesitaban ser evacuados. A pesar de estar tan cerca, los bloques de roca y la inclinación del terreno impedían que viéramos claramente lo que estaba ocurriendo. La situación era surrealista: allí estábamos, inmóviles, ocultos junto a las piedras, mientras el helicóptero maniobraba con precisión milimétrica para salvar vidas.

El tiempo parecía haberse detenido. El helicóptero realizaba idas y venidas, evaluando el terreno antes de descender lo suficiente para realizar la evacuación. Las ráfagas de aire levantaban polvo y pequeñas piedras, haciéndonos sentir vulnerables en medio de aquella escena tan ajena a lo que habíamos imaginado al comenzar la jornada. Alrededor nuestro, otras parejas de corredores se encontraban también detenidas, mirando en silencio o intercambiando miradas de preocupación. El ruido ensordecedor y la tensión del momento convertían cada segundo en una eternidad.

El rescate se llevó a cabo con éxito, pero no sin recordarnos cuán impredecible y peligrosa puede ser la montaña. Con el helicóptero desapareciendo finalmente en el horizonte, todos sentimos un alivio momentáneo, pero también una prisa por abandonar el lugar. La montaña no era el sitio para detenerse demasiado tiempo cuando la suerte podía cambiar de un instante a otro.

Momento crítico

Con el rescate concluido, retomamos el camino hacia Fionnay, pero el ambiente entre nosotros no era el mismo. Yo sentía una urgencia inexplicable por alejarme de aquel lugar lo más rápido posible. Cada paso me parecía una oportunidad para poner más distancia entre nosotros y los riesgos que se habían materializado tan cerca. Sin embargo, Álvaro tenía un enfoque distinto. Descendía despacio, cada movimiento calculado, con una preocupación visible en su rostro. Las historias de accidentes y seguros parecían llenar su mente, haciéndolo más cauteloso de lo habitual.

Mi frustración crecía con cada paso. Quería avanzar, sentir que estábamos dejando atrás el peligro, pero el ritmo pausado de Álvaro me desquiciaba. Decidí distanciarme un poco, optando por seguir a mi propio ritmo sin presionarlo más. En aquel tramo, posiblemente experimenté el momento de mayor enfado (que intenté no mostrarle) con Álvaro en toda la travesía. No entendía por qué no compartía mi urgencia por descender rápidamente. Las diferencias de perspectiva y reacción ante el estrés se hacían evidentes, y el ambiente entre nosotros se tensaba.

A medida que avanzaba, me di cuenta de que tal vez la irritación que sentía no era solo con Álvaro, sino también conmigo mismo. La montaña, con su naturaleza implacable, nos había recordado nuestra fragilidad, y eso era difícil de procesar. Tal vez Álvaro no estaba siendo lento por capricho, sino porque estaba lidiando con sus propios miedos e inquietudes, igual que yo. Cada uno reacciona al peligro de manera distinta, y en ese momento nos encontramos en caminos opuestos, aunque compartíamos la misma travesía.

Mientras el descenso continuaba, la distancia física entre nosotros fue un reflejo de nuestra distancia emocional en ese instante. Sin embargo, sabía que esto era temporal. Las montañas tienen una manera peculiar de desnudarte emocionalmente, de mostrarte tus debilidades y obligarte a enfrentarlas. Tal vez, en este caso, el desafío no era solo llegar a Fionnay, sino aprender a entender y respetar las diferencias entre nosotros.

Finalmente, tras un descenso que pareció eterno, llegamos a Fionnay. El avituallamiento no solo ofreció comida y bebida; fue también un espacio para recargar el alma y reorganizar nuestras emociones. El camino aún era largo, pero sabíamos que, de alguna manera, estábamos más cerca de la meta.

Fionnay: El Ocaso de las Fuerzas y el Inicio de la Crisis

Llegar a Fionnay, el kilómetro 117 de nuestra épica travesía, debería haber sido un bálsamo para nuestros cuerpos y mentes. Allí estaba planeado un encuentro con la familia de Álvaro, pero por motivos que desconocíamos no pudieron acceder al punto. Esa ausencia nos dejó un extraño vacío, pero el espectacular avituallamiento (el segunto de los 4 tickets) que nos esperaba logró compensar , al menos momentáneamente, esa pequeña desilusión.

La comida era deliciosa, abundante y servida con una calidez que parecía chocar con el frío que comenzaba a envolvernos. Unos voluntarios de 10. Nos sentamos durante un buen rato, intentando recuperar algo de fuerza y ánimo. Sin embargo, incluso en momentos de reposo, nuestras diferencias de ritmo y organización se hacían evidentes. Mientras yo estructuraba rápidamente mi mochila, guardaba comida y me aplicaba crema en los pies para evitar ampollas, Álvaro tomaba su tiempo, con una parsimonia que parecía desesperante para mi impaciencia creciente. Aunque tampoco me preocupaba el tiempo perdido. Diferentes formas de gestionar la prueba e igualmente válidas.

Decidí salir a la calle, buscando un rincón menos ruidoso para echar un pequeño sueño antes de continuar mientras esperaba. En un gesto algo arriesgado, me aparté del camino y, al despertar, me sobresaltó no ver señales de Álvaro. En mi mente se cruzó la posibilidad de que hubiera salido sin mí, y esa idea me llenó de inquietud. Regresé rápidamente al área del avituallamiento, escaneando con la mirada hasta que, por fin, lo vi salir por la puerta. Respiré aliviado; era momento de reagruparse y seguir adelante.

Eran aproximadamente las tres de la tarde cuando dejamos Fionnay con destino al Refugio ORG Cabane de Chanrion, 19 kilómetros más adelante. El tramo prometía ser exigente, tanto por el terreno como por la acumulación de fatiga que pesaba sobre nosotros. Salimos caminando por una carretera en ligera pendiente. Aunque el paisaje alpino era de una belleza indescriptible, con montañas que parecían rozar el cielo y un silencio casi sacro, nuestras cabezas estaban demasiado hundidas en el cansancio como para disfrutarlo plenamente.

La subida nos llevó hasta un embalse de dimensiones imponentes. Al llegar, descubrimos una pequeña puerta de metal que dejaba escapar un frío glacial, como si fuera el umbral a otro mundo. Según explicaba, esa entrada era usada en invierno como un paso estrecho hacia el otro lado del valle. No podíamos usarla, y el track nos indicaba que debíamos continuar bordeando el embalse por un túnel algo oscuro, que se asemejaba más a una mina.

Adentrarnos en aquel túnel fue una experiencia extraña. Con luces intermitentes y un suelo que alternaba entre charcos de agua helada y tierra, avanzamos durante lo que parecieron horas. El eco de nuestros pasos y la sensación de encierro nos pesaban psicológicamente. Calculamos que estuvimos al menos dos horas caminando en esa penumbra, con otros participantes adelantándonos mientras nuestro ritmo disminuía considerablemente.

Al salir del túnel, la luz del día era un alivio efímero. El cansancio acumulado nos pasaba factura, tanto física como mentalmente. La sensación de no avanzar nos golpeaba con fuerza, y cada kilómetro parecía alargarse interminablemente.

Cuando cayó la noche, nuestras mentes empezaron a jugar trucos crueles. Veíamos luces en el horizonte que creíamos que pertenecían al refugio, pero cada vez que nos acercábamos, desaparecían como espejismos. Seguíamos el track en nuestros relojes, que nos indicaban una larga bajada antes de emprender la subida final hacia Cabane de Chanrion. Tropezábamos con piedras, arrastrábamos los pies y, finalmente, decidimos hacer una parada urgente para dormir. Solo quince minutos de sueño, pero qué milagroso fue. Nos despertamos con las ideas más claras y un renovado, aunque tenue, impulso.

El tramo final hacia el refugio fue especialmente duro. Álvaro, como poseído por una energía inexplicable, comenzó a ascender a un ritmo que me costaba seguir. Mis pulsaciones se dispararon y, entre jadeos, me preguntaba en qué pensaba para moverse así. Pero, como era de esperarse, ese estallido de energía fue breve, y pronto él también empezó a quedarse sin combustible. Durante la última hora, sus dudas y mi insistencia en que estábamos cerca fueron constantes. Cada pocos metros, Álvaro preguntaba si íbamos por el camino correcto, mientras yo repetía, casi como un mantra: “Estamos cerca, estamos cerca”.

La llegada a Cabane de Chanrion

Finalmente, sobre las once de la noche, alcanzamos Cabane de Chanrion. Al abrir la puerta, el panorama que nos recibió fue desolador. Los corredores que habían llegado antes que nosotros tenían rostros demacrados, ojos hundidos y expresiones de agotamiento absoluto. El lugar parecía más un campo de batalla emocional que un refugio, con cuerpos extendidos en cada rincón, apenas capaces de moverse.

Nos encontramos nuevamente con las corredoras eslovacas que habíamos visto anteriormente. Una de ellas tenía la nariz sangrando y una expresión que hablaba de sufrimiento extremo. Decidimos tomar una sopa caliente, un pequeño consuelo en medio de aquella atmósfera opresiva. Una de las responsables del avituallamiento, viendo nuestro estado, nos ayudó a conseguir una litera.

Iluso, pensé que podría dormir profundamente envuelto en una manta, pero el olor era tan fuerte que me resultó imposible. Opté por destaparme y, en una habitación compartida con otras ocho literas, traté de descansar como pude.

Pasado ese breve pero vital descanso, la alarma sonó. Era momento de continuar hacia el Refugio Champillon, enfrentarnos a una penúltima vía ferrata y adentrarnos en territorio Tor des Géants. La tercera noche estaba quedando atrás, pero la batalla con el cansancio y las montañas estaba lejos de terminar.

Territorio Tor: La Cresta y el Descenso a Champillon

Estamos a jueves 29 de agosto. Tras un sueño breve pero necesario, nos dirigimos hacia la vía ferrata de Crête Sèche – Valle d’Aosta, un punto crucial que nos llevaría al territorio italiano y al legendario Tor des Geants. La travesía por la cresta fue técnica, lenta y desafiante. Cada paso requería concentración para evitar resbalones en los tramos que bordeaban precipicios entre gestos de mala deportividad de una pareja de Chinos.

El amanecer iluminó el paisaje alpino con un esplendor casi irreal, regalándonos un breve momento de paz antes de iniciar el descenso hacia Champillon, en el kilómetro 163. Este tramo no estuvo exento de peligros: desprendimientos de rocas y tramos inestables nos recordaron constantemente la fragilidad de nuestro avance. Sin embargo, el refugio de Champillon nos ofreció un respiro. Aprovechamos para comer ragut de ternera ( tercer ticket de 4 ) y refugiarnos del calor antes de enfrentar el siguiente ascenso, un desafío épico bajo un sol implacable que nos llevaría hacia el valle y, finalmente, a Saint Rhemy. Con paso lento pero firme, ninguna pareja de participantes conseguía alcanzarnos, lo que era signo evidente del buen ritmo que llevábamos.

Saint Rhemy y la Batalla del Col de Malatrá

Al llegar a Saint Rhemy, el agotamiento acumulado y la falta de sueño comenzaron a hacer mella. Cada vez más corredores abandonaban la prueba, un recordatorio constante de la dureza de la PTL. Estábamos a jueves por la tarde. Decidimos tomar un descanso estratégico antes de enfrentar uno de los tramos más emblemáticos: el ascenso al Col de Malatrá.

Este coloso alpino nos desafió con pendientes interminables y un terreno final técnico que exigía cada gramo de nuestra energía. Coronar el Col de Malatrá en plena madrugada de viernes fue una experiencia única, marcada por el silencio de la montaña y la oscuridad absoluta.

El avance hacia el Refugio Bertone fue un verdadero calvario. Los senderos apenas visibles y la fatiga extrema transformaron cada kilómetro en una lucha constante. Finalmente, llegamos al refugio justo antes del amanecer, recibiendo el día con una mezcla de alivio y temor por lo que aún nos esperaba.

Courmayeur: La Base de Vida y el Sueño Negado

El kilómetro 208 marcaba nuestra llegada a Courmayeur (tras pasar por el mítico Bertone), una base de vida donde esperábamos recuperar fuerzas para afrontar los últimos 100 kilómetros de esta odisea. Sin embargo, nuestras expectativas de descanso fueron truncadas por el bullicio de la salida de la CCC, que llenaba el ambiente de ruido y energía frenética.

Intentar dormir fue una misión fallida. Álvaro mostraba signos evidentes de agotamiento extremo junto a falta de coordinación, y yo también luchaba por mantener la determinación. A pesar de todo, sabíamos que no podíamos rendirnos. Con cada paso dado hasta ahora, habíamos demostrado que podíamos enfrentar lo imposible.

Reflexión Final

La PTL no es solo una prueba física, sino una travesía que desafía los límites de la mente y el espíritu. Cada cima conquistada, cada noche sin sueño y cada amanecer visto desde lo alto de una montaña nos recordaba que el verdadero logro no está en la meta, sino en la valentía de continuar cuando todo parece perdido. Aún con 100 kilómetros por delante, la certeza de haber llegado hasta aquí llenaba de épica y significado cada momento de esta inolvidable aventura.

Crónica completa PTL 2024 – Etapa 3

Preparativos y Expectativas

Llegó el momento de afrontar la última etapa de la PTL. Era viernes por la mañana, y una energía renovada nos impulsaba. Álvaro había acertado al decir que el jueves marcaría un cambio, y ahora, pese al cansancio, estábamos listos. En Courmayeur, hablamos con Vincent Delebarre. Aunque nosotros apostábamos que cruzaríamos la meta el sábado al mediodía, él nos miró con duda y sonrió incrédulo.

Por mi parte, me sentía fuerte. Había logrado librarme de un bastón roto que llevaba días cargando, algo que simbolizaba dejar atrás las dificultades. En cambio, Álvaro no estaba tan bien. Su agotamiento era evidente, y su coordinación fallaba. Aun así, con las mochilas listas y todo cargado para dos días más de aventura, partimos hacia una etapa de 100 kilómetros que sería monumental: Mont Chétif, Col de la Seigne, Col de la Croix de Bonhomme y finalmente Chamonix.

La Dura Subida al Mont Chétif

Salimos de Courmayer, un pintoresco pueblo al pie de los Alpes, con el cansancio acumulado de los días previos. Durante gran parte de la carrera, yo iba por delante, marcando el ritmo y asegurándome de que la orientación fuera la correcta. Sin embargo, el estado físico de Álvaro había empeorado por exceso de sueño, y decidí cambiar de estrategia. Me coloqué detrás de él y tomé una posición más defensiva, listo para cuidarlo y evitar que sufriera una caída. Cada uno de sus movimientos era impreciso, y a veces daba la impresión de que sus pasos no coordinaban con su mente fatigada.

A tan solo un kilómetro de la salida de Courmayer, nos topamos con la última vía Ferrata del recorrido. En ese momento, recordé las palabras de los amigos de Álvaro, unos españoles que ya habían participado en ediciones anteriores de la PTL. Ellos nos habían asegurado que esa vía Ferrata era fácil, que se podía atravesar sin estar anclado a la línea de vida.

Pero la realidad era otra: el cansancio de ambos, sumado al agotamiento de Álvaro, transformó aquel tramo en un reto titánico. Yo, iba detrás de él, con los brazos abiertos, listos para atraparlo si caía. Cada paso de Álvaro parecía un desafío, y cada vez que se desestabilizaba, sentía que el fin de nuestra aventura estaba cerca. Afortunadamente, logramos superarlo, aunque por momentos temí que esta fuera nuestro fin en la PTL.

Ya con el corazón en un puño, llegamos a una pendiente brutal que nos llevó hacia Mont Chetif. En ese punto, no pude más. Obligué a Álvaro a tumbarse en la hierba fresca de la montaña, a descansar lo que fuera necesario. Sabía que sin ese respiro, no podríamos continuar. El sol apretaba sobre nosotros, y a pesar de la sombra que ofrecía la montaña, la sensación era soportable gracias a una ligera brisa de aire fresco. Mientras los corredores pasaban a nuestro lado, yo solo pedía silencio, esperando que Álvaro pudiera recuperar algo de fuerzas. Era alrededor de las 11 o 12 de la mañana, y por primera vez en mucho tiempo, su cuerpo se entregaba al descanso.

Después de lo que pareció una eternidad, reanudamos la marcha hasta llegar a la cima de Mont Chetif. Allí, la baliza que habíamos llevado durante toda la prueba se activó por primera vez. Era un mensaje importante: nos informarían a las dos de la tarde sobre un posible cambio de recorrido debido a condiciones meteorológicas adversas. La incertidumbre se instaló en nosotros, pero la necesidad de seguir adelante era mayor.

Logramos bajar a unas pistas de esquí, aunque con gran dificultad, las piernas ya casi no le respondían. Cuando llegamos a la pista, vimos un pequeño restaurante o chiringuito. Decidimos hacer una parada obligatoria. Podríamos haber seguido, pero con un toque de sabiduría en medio del agotamiento, le sugerí a Álvaro que nos tomáramos un descanso más largo. Una media hora, como mínimo, para esperar el mensaje sobre el cambio de recorrido. Al final, la paciencia se convirtió en la mejor estrategia, y decidimos quedarnos, conscientes de que aún quedaba mucho por recorrer.

Encuentro con los Españoles y el Cambio de Ruta

A las 14:00 de la tarde, el sonido de la baliza nos sacó de nuestra concentración. Era otro de esos momentos decisivos, como los que habíamos vivido durante toda la travesía. Leímos el mensaje con algo de dificultad: había que cambiar de ruta. La alternativa, las rutas R12 y R13, eran un desafío similar al que estábamos realizando en distancia y desnivel, pero con una diferencia fundamental: en lugar de seguir subiendo hasta los 2500 metros, nos llevarían hacia abajo, a los 500 metros, para luego regresar al mismo punto. Así, en vez de seguir el trazado sobre los 2500 metros, tomaríamos un camino descendente hacia los 500 metros, pasando a seguir el mismo recorrido que la UTMB, pero en dirección opuesta, antes de Lac Combal.

A pesar de la sorpresa y el cansancio acumulado, avanzábamos con paso firme, sin prisas pero sin pausa. Fue entonces cuando un grupo de excursionistas españoles, al ver nuestra cara de agotamiento, se acercaron con una generosidad sincera. Nos ofrecieron pan, queso y chorizo, y, como si fuéramos animales hambrientos, nos lo devoramos rápidamente. Estábamos en Lac Combal, y el siguiente paso era el Col de la Seigne, pero antes de llegar, nos encontramos con Vincent de Lebarre, quien, con tono serio, nos insistió que no llegaríamos a la meta el sábado al mediodía. Quedaban solo 24 horas para completar el recorrido.

El panorama no era alentador, pero había que seguir. La siguiente etapa era una bajada de unos 8 km hacia Les Chapeaux, y el cansancio, imparable, comenzó a pasar factura. El dolor en los pies llegó como una maldición: por primera vez, sentí el ataque del temido «tío del Mazo», que me obligaba a caminar a paso lento, sin poder trotar ni siquiera cuesta abajo. El sufrimiento se intensificó, y, como si la resistencia de mi cuerpo estuviera llegando al límite, vimos cómo algunos corredores nos adelantaban, entre ellos los del Team Columbia, que pasaban volando ante nosotros. Ya quedaba poco. La meta estaba cerca, aunque el cuerpo pedía tregua.

A medida que nos acercábamos a Les Chapeaux, el agotamiento no se disimulaba. Con la mente nublada por la fatiga y un toque de alucinaciones, en un momento de desesperación se me ocurrió pedirle a Álvaro que sacara de mi mochila un «gorrocóptero». Sí, un gorrocóptero, algo que me pudiera ayudar a llegar al Col de la Croix de Bonhomme entre risas y cansancio.

El avituallamiento de Les Chapeaux no fue lo que esperábamos. Con la organización pensada para recibir a los 2500 participantes de la UTMB de 100 millas, solo había dulces, galletas, cuando lo que necesitábamos era algo salado, algo que nos diera fuerzas. Con los últimos rayos del sol y el anochecer comenzando a caer, nos disponíamos a afrontar la última gran subida de la jornada: el Col de la Croix de Bonhomme, con 800 metros de desnivel positivo. Teníamos en mente un último objetivo: llegar al refugio, intentar dormir unas horas y prepararnos para la etapa final, esa que nos llevaría hacia la meta, hacia el fin de esta épica aventura.

Llegada al Refugio del Col de la Croix de Bonhomme

La subida hacia el refugio fue interminable. La noche ya había caído, y en la oscuridad, nos encontramos con varios espectadores que, con una ilusión palpable, estaban allí para ver pasar a los corredores de la UTMB. El ambiente, cargado de emoción, hacía que el cansancio pareciera un poco más soportable.

Ya en el refugio, intenté ver el paso de los primeros corredores de la distancia 100 millas con Jim Walmsley a la cabeza, pero el frío comenzó a calar en mis huesos y me obligó a entrar al refugio. Ya era tarde, las 11:00 de la noche, y un camarero español nos atendió de manera excepcional. Nos ofreció una cena que, en medio de la fatiga, nos supo a gloria. Estábamos agotados, pero necesitábamos reponer fuerzas para lo que quedaba.

Después de la cena, nos condujeron a una habitación que, a pesar de las incomodidades, nos prometía el descanso que tanto buscábamos. La habitación, que parecía más una cuadra que un lugar de descanso, tenía un suelo de tierra y unas literas apretadas. No pude contar cuántas había, pero estimé que serían unas 20 o 30. A pesar del mal olor que inundaba el aire, caí en un sueño profundo. De hecho, fue probablemente el mejor sueño que he tenido en muchos años. Increíble, pero cierto, en un lugar tan rudimentario y tan lejos de cualquier comodidad.

Antes de dormir, observamos a una figura que, en medio de nuestra fatiga y alucinaciones, nos pareció la réplica exacta de François D’Haen, el último ganador del Tour des Géants. Nos quedamos mirándolo fijamente, como si no creyéramos lo que estábamos viendo, preguntándonos si realmente era él. Él, por su parte, probablemente se preguntaba qué hacían esos tontos mirando tanto. Pero al final, nos dimos cuenta de que no era él. Entre el parecido físico y las alucinaciones que la fatiga nos provocaba, no lográbamos distinguir bien la realidad de la ficción.

A las 4:00 de la mañana del sábado, el frío se hacía insoportable. Sin embargo, sabíamos que teníamos que arrancar de nuevo. Nos pusimos en marcha para coronar definitivamente el Col de la Croix de Bonhomme y afrontar la última etapa. Era sábado y nos quedaban 50 km, 50 km para alcanzar la gloria, para terminar lo que habíamos comenzado. A pesar del agotamiento, algo dentro de nosotros volvió a encenderse. Las energías parecían haber regresado al 200%, como si un segundo aire nos hubiera invadido. Nos lanzamos a la última etapa con renovado ímpetu y, a gran velocidad, comenzamos a adelantar a muchos de los participantes que aún estaban luchando por llegar. La sensación de que la meta estaba cerca nos daba fuerzas para seguir adelante.

Col de Tricot a fullgas

Estábamos a tan solo 30 km de la meta y la emoción nos envolvía. La ilusión y la motivación estaban por las nubes, nos sentíamos imparables. Frente a nosotros se alzaba ya el impresionante Col de Tricot, un lugar de belleza indescriptible, que afrontamos con una energía renovada, como si estuviéramos corriendo una maratón. El paisaje comenzaba a cambiar y, al estar más cerca de Chamonix, por primera vez en mucho tiempo, nos cruzamos con multitud de senderistas que recorrían la zona, disfrutando de las vistas.

A medida que avanzábamos a gran velocidad, no podíamos evitar girar la cabeza para ver cuán lejos quedaban nuestros perseguidores más cercanos. La sensación fue fantástica: poco a poco los veíamos alejarse, lo que solo significaba una cosa: estábamos manteniendo un ritmo excelente. Cada paso nos acercaba más a la meta y la confianza crecía.

Nuestros cálculos apuntaban a que, si continuábamos con ese ritmo, íbamos a llegar a Chamonix el sábado a las 14:30, justo en pleno horario de máxima audiencia, cuando más gente estaría animando en las calles. Todo apuntaba a que íbamos a cumplir con la previsión. La bajada técnica desde el Col de Tricot hacia Saint-Gervais fue una de esas experiencias que se graban para siempre en la memoria. Entre piedras, raíces y caídas de medio metro, el descenso fue tan espectacular que parecía un KOM (King of the Mountain) de los mejores. Nos deslizábamos entre los obstáculos con una destreza que solo puede salir de la pura diversión y el disfrute.

Y así, en una constante sonrisa, nos lanzamos a los últimos 15 km. Estos fueron los kilómetros del máximo disfrute, de saborear cada paso como si fuera el último. Incluso decidimos hacer una pausa en un pequeño bar de una pista de esquí casi en la cima, para tomarnos un refresco. Era el momento perfecto para relajarnos antes de enfrentarnos a la última y larga bajada hacia Les Houches.

Olora meta en Les Houches

Cuando llegamos a Les Houches, a solo 7,8 km de la meta, nos invadió una sensación de gloria. Estábamos tan cerca que podíamos saborear la victoria. Fue entonces cuando llamamos a la familia de Álvaro, para que estuvieran preparados en la meta, porque ya sabíamos que esto estaba a punto de terminar. Desde Les Houches hasta la meta, todo fue pura felicidad. Ya no había cansancio, solo alegría y la certeza de que estábamos a punto de conseguirlo. Trotábamos con una sonrisa enorme en el rostro, disfrutando de cada metro recorrido.

Finalmente, la entrada a Chamonix, nuestra meta soñada, fue un momento único. La multitud, la emoción, la sensación de haberlo conseguido, todo se mezcló en un cóctel de felicidad indescriptible. Y fue en ese instante cuando comprendí lo que realmente significa la PTL, lo que representa esa entrada a meta: una experiencia que no se puede describir, algo que va más allá de las palabras, una sensación apoteósica, insuperable. Esta aventura, sin duda, quedará marcada para siempre en mi corazón.

El Sueño Cumplido: La Llegada a Chamonix y el Triunfo en la PTL

A la entrada de Chamonix, la emoción y la ilusión flotaban en el aire. El personal de la organización nos esperaba para acompañarnos en el último tramo de nuestra odisea. Mientras caminábamos por las calles del pueblo, el sonido inconfundible de los cencerros típicos de la PTL resonaban anunciando nuestra llegada. Cada cencerro era un recordatorio de la hazaña que estábamos a punto de completar, un eco de la épica que solo los verdaderos aventureros pueden comprender.

La calle estaba repleta de gente, y aunque el reloj marcaba un horario de máxima audiencia por la retransmisión de la UTMB de 170 km, lo que nos rodeaba era algo más grande que aquello. Cada paso nos acercaba a la meta, pero también nos acercaba a un sentimiento indescriptible. Los participantes de la PTL eran mirados con respeto y admiración por todos los que se encontraban allí, como si fuéramos una especie de héroes al margen de lo que los mortales pueden imaginar.

A unos 200 metros de cruzar la línea de meta, la organización nos detuvo con delicadeza, pidiéndonos que esperáramos pacientemente. El momento estaba diseñado para ser único, un tributo a la entrada de la segunda participante de la UTMB 100 millas. Querían que la entrada de esa corredora fuera un instante inolvidable, y así fue. La gloria, sin embargo, estaba reservada para nosotros. Después de unos intensos 45 minutos de espera, llegó nuestro turno. El momento fue tan indescriptible que prefiero dejarlo capturado en el vídeo, un instante que permanecerá en mi memoria para siempre. Por fin, la PTL era nuestra. Habíamos superado al gigante.

Habían transcurrido ya 128 horas desde que comenzamos nuestra travesía, y al mediodía del sábado, cruzamos la meta. Pero aún quedaba algo más por vivir: la ceremonia de entrega de premios y los famosos cencerros, que se celebraban el domingo, justo antes de la entrega de trofeos de todas las pruebas. Puntuales, como el buen reloj que somos, a las 15:00 horas, la plaza estaba abarrotada de participantes y espectadores. Fue el momento de recibir el premio más esperado, el cencerro que simbolizaba nuestro logro. Uno por uno, subimos al podio de Chamonix, y en un acto cargado de emoción, todos los participantes de la PTL hicimos sonar el cencerro que habíamos ganado con tanto esfuerzo. Ese momento, esa vibración, marcó nuestro paso de simples corredores a «Finishers» de la PTL.

Quiero resaltar, sobre todo, el nivel de navegación que alcanzamos durante los 304 kilómetros. La habilidad para orientarnos y tomar decisiones en cada tramo fue clave. Sin ella, no habríamos llegado tan lejos. El GPS Coros Vertix 2, con su modo de frecuencia dual, fue nuestro mejor aliado. En dos momentos, tuvimos que cambiar a un modo de menor precisión, y fue entonces cuando realmente entendimos la diferencia que puede marcar un buen sistema de navegación.

Y, al final, mi mayor agradecimiento es para mi compañero, Álvaro Soriano. Él me brindó la oportunidad de ser parte de esta aventura épica, y su apoyo, junto al de su familia, fue incondicional durante todos estos días. Si antes de la PTL ya consideraba a Álvaro un amigo, ahora puedo decir con certeza que tengo un hermano más. Lo vivido en esos días es un vínculo que nadie podrá quitarme. ¡Enhorabuena, Álvaro!