Una Aventura Para Siempre: Mi Paso por la PTL
A veces, las palabras parecen insuficientes para describir una experiencia que te transforma. La Petite Trotte à Léon (PTL) ha sido, sin duda, uno de los mayores desafíos de mi vida, tanto a nivel deportivo como personal. Ahora, después de haber cruzado la meta, miro hacia atrás y me doy cuenta de que esta aventura no solo ha sido un logro físico, sino una verdadera lección de vida.
Todo comenzó meses atrás, cuando mi amigo Álvaro Soriano me propuso formar parte de su equipo para enfrentar esta prueba extrema. Reconozco que no fue una decisión fácil. La PTL tiene fama de ser implacable: 300 kilómetros, más de 25.000 metros de desnivel positivo, navegación sin balizas y una autosuficiencia casi total. Una prueba diseñada para exprimir cuerpo y mente hasta el límite. Sin embargo, la tentación de embarcarme en esta aventura única, en las imponentes montañas del Mont Blanc, fue más fuerte que las dudas.
Desde el momento en que acepté, la PTL se convirtió en parte de mi vida. Mi familia fue mi mayor apoyo. Durante semanas, entrenamos juntos, estudiamos mapas y compartimos la emoción previa al desafío. Esa unión fue clave, porque la preparación para una prueba como esta no es solo física: es mental, emocional y logística. Cada día, el nombre de la PTL resonaba en casa como un mantra. Nos acompañó en cada conversación, en cada video que veíamos de pasos técnicos, en cada kilómetro recorrido.
Los Primeros Pasos en La Petite Trotte à Léon (PTL)
Llegar a Chamonix fue como entrar en un sueño. Allí estábamos, rodeados de otros equipos que, al igual que nosotros, venían con la mirada puesta en la gloria. La organización nos trató con un cuidado humano excepcional. Cada detalle estaba pensado para que los participantes nos sintiéramos arropados, desde los voluntarios hasta la seguridad de la prueba, dirigida por Vincent Delebarre, un verdadero icono de las montañas.
El día de la salida, la emoción era indescriptible. El recorrido prometía todo lo que había imaginado y más: crestas vertiginosas, picos de más de 3.000 metros, pasos técnicos, glaciares y senderos que parecían salidos de otro mundo. La navegación con GPS nos obligó a mantener la concentración al máximo. Cada decisión importaba. En esos momentos, la experiencia previa y la confianza en el equipo se hicieron esenciales.
Compañerismo: La Clave del Éxito
Si algo define a La Petite Trotte à Léon (PTL), es el compañerismo. Durante más de seis días y ocho horas, no solo compartimos kilómetros, sino también alegrías, preocupaciones y momentos de profunda reflexión. No puedo agradecer lo suficiente a Álvaro, cuya experiencia en la montaña fue un pilar fundamental para el equipo. Juntos enfrentamos desafíos que parecían insuperables: desde la rotura de bastones hasta momentos de agotamiento extremo.
En esos días, aprendí que el verdadero motor de esta prueba no es solo la fuerza física, sino la fortaleza mental y la capacidad de trabajar en equipo. Recuerdo miradas perdidas de otros participantes, rostros demacrados que contaban historias de lucha interna. Sin embargo, cada uno de nosotros avanzaba con determinación, impulsado por algo más grande: el deseo de llegar a la meta.
El Rol de la Familia en La Petite Trotte à Léon (PTL)
Mientras recorríamos esos paisajes infinitos, mi familia estuvo presente en cada paso. Aunque no físicamente, su apoyo se sentía como un motor constante. Cada vez que recordaba los entrenamientos compartidos o las palabras de ánimo antes de partir, encontraba fuerzas para seguir adelante.
No puedo dejar de mencionar también a la familia Soriano, que nos brindó un apoyo moral inigualable. Saber que alguien cree en ti, que te respalda en los momentos difíciles, hace toda la diferencia.
Las Dificultades y la Gloria Final
La PTL está diseñada para poner a prueba cada aspecto de tu ser. La autosuficiencia nos obligó a cargar con mochilas pesadas, llenas de material obligatorio y comida para varios días. La gestión del sueño fue otro desafío monumental. Dormir en bases de vida abarrotadas o en plena montaña nunca es fácil, pero aprendimos a adaptarnos.
Uno de los momentos más duros fue enfrentar los imprevistos. Una zapatilla rota me obligó a recorrer 80 kilómetros mostrando mis dedos al aire, y la rotura de un bastón significó otros 70 kilómetros de esfuerzo adicional. Sin embargo, cada obstáculo superado se convertía en una victoria personal, una prueba más de que estábamos hechos para llegar hasta el final.
Y llegamos. Cruzar la meta fue indescriptible. Novenos clasificados de 135 y primer equipo español. Pero más allá del resultado, lo que realmente quedó fue la sensación de haber vivido algo único, algo que nunca olvidaré.
Lo Que Queda en el Corazón
La PTL es más que una carrera. Es un viaje que te enseña quién eres y de qué estás hecho. Es un recordatorio de que, con pasión, dedicación y el apoyo adecuado, podemos superar cualquier desafío.
Ahora, al mirar atrás, siento una mezcla de orgullo, nostalgia y gratitud. Agradecimiento hacia Álvaro, hacia mi familia, hacia los voluntarios y hacia cada persona que formó parte de esta experiencia. La PTL ya es historia, pero su impacto seguirá conmigo para siempre.
¿Volveré algún día? Quizás. Por ahora, prefiero saborear esta victoria y guardar en mi memoria cada segundo de esta inolvidable aventura.